El desafío de conjugar en presente el verbo cooperar

Entre Ríos tiene una larga tradición en materia cooperativa, tanto que goza del privilegio de contar con la primera de ellas dedicada a la actividad agrícola en el país: la centenaria Lucienville, de Basavilbaso. De aquel viejo y potente tronco, fueron surgiendo ramificaciones vigorosas que, ciertamente, le dieron brillo trascendente al esfuerzo cotidiano de tantísimos ciudadanos. En paralelo, permitieron el florecimiento de una constelación de localidades y dinamizaron distintas áreas de la economía provincial, en silencio, organizadamente, dando cortos pasos firmes. 
A uno de aquellos tantos brotes debe su consideración social Edelmiro Oertlin, actual presidente de la Federación Entrerriana de Cooperativas, descendiente de alemanes, hijo de cooperativista también, oriundo de Lucas González, departamento Nogoyá. Recibió a EL DIARIO en la sede de la entidad, Salta 544, en Paraná, un viernes de agenda apretada, lo que explica el incesante murmullo de reunión de trabajo que hizo de telón de fondo durante la entrevista. 
Oertlin estudió Agronomía en Esperanza, provincia de Santa Fe. A su regreso, producido a mediados de los 70, presidió durante una cantidad de períodos que se pierden en su memoria la Cooperativa El Progreso. Es un señor amable, dispuesto a la conversación, preocupado por el porvenir, crítico de la coyuntura. En su alocución, repleta de juicios firmes, se advierte que es además un fervoroso consumidor de medios de comunicación, un hombre informado que a todo concepto lo vincula con un ejemplo de la realidad. 
–¿Qué representa Fedeco? 
–Sigue siendo la representación del productor agropecuario en las distintas cooperativas. Si bien no están todas, las hay sí de las más diversas actividades. Tenemos presencia en las economías regionales: el arroz, la lechería, la avicultura, la agricultura y ganadería, entre las fundamentales. 
–¿El citrus? 
–En la costa del Uruguay tampoco está cooperativizada la industria forestal. En Corrientes sí hay varias cooperativas citrícolas y en Villa del Rosario hay intentos por implantar alguna dedicada a la producción de jugos. Pero aún no tenemos presencia allí. 
–Es conocida la tradición cooperativa de la provincia, ¿qué tipo de impacto económico y social real generan?
–En todas las localidades tienen su importancia, pero en las más chicas son fundamentales. En Lucas González, mi pueblo, la cooperativa es la empresa de mayor importancia después del municipio. En Crespo, hay un montón de empresas pero LAR sobresale no sólo por los niveles de actividad comercial en sí y de servicios sino también porque al juntar voluntades de emprendedores y organizarlos provee otro capital fundamental como el arraigo, sobre todo de los jóvenes. La expulsión de jóvenes sigue siendo un problema, sea que se vayan a Buenos Aires, a Rosario, a Paraná o Concordia por trabajo o estudio. 
Hay quienes tienen otra espalda porque integran sus negocios a distintas alternativas. Nosotros representamos al pequeño y mediano productor, que suele dedicarse sólo a una actividad, por eso el accionar de nuestras cooperativas es tan relevante para que la gente tenga un horizonte. Por eso señalamos que, si bien se puede entender que haya interés en que la industria se desarrolle, las condiciones crediticias para seguir produciendo son muy poco favorables. Hay que tener en cuenta estos aspectos también, que por ahí no aparecen en la economía de los grandes números pero que son esenciales para la vida de nuestros pueblos y ciudades. Sin dudas, la pérdida de productores micros, chicos y medianos termina profundizando los problemas en las ciudades y empobrece el interior. 
–¿Cómo articulan la realidad de las cooperativas con las expectativas que inaugura la idea de conformar un polo agroalimentario? 
–Como programa es importantísimo. Seguramente todo productor debe estar anhelando profundizar la transformación de materia prima en productos con valor agregado. Estamos convencidos de que ese es el camino que hay que recorrer. El tema es tener en cuenta cuáles son las herramientas básicas que la tarea precisa. En ese sentido, pese a los esfuerzos efectivos y también más allá de los anuncios, la estructura vial de la provincia sigue siendo vulnerable por la alta proporción de caminos naturales o con alguna mejora. Encima, los suelos entrerrianos tienen ese componente arcilloso que lo vuelve particularmente inestable. 
En cuanto a las inversiones de algún volumen vemos que se producen en algunas firmas que, obviamente, generan riqueza y fuentes de trabajo que benefician a los entrerrianos, pero también quisiéramos poder incorporarnos a esa dinámica. El factor crediticio aquí es fundamental y esa herramienta, muchas veces, está fuera del control del gobierno provincial, porque depende de variables nacionales. 
El transporte, para llevar soja a Rosario, se queda con el 10% de la operación… 
–¿Apunta a abaratar el transporte por camiones o a buscar otras alternativas? 
–No, hay que pensar en sacar la producción por tren y barcaza, en lugar de como es ahora, mediante camiones, a través del Rosario-Victoria. Así, se descongestionarían las rutas que, además, se romperían menos. El transporte de carga por tren es una vieja demanda que no parece que vaya a ser satisfecha en el corto plazo: sin inversiones importantes que necesitan de una aplicación sistemática y sostenida. La infraestructura portuaria, en Diamante por ejemplo, está mejorando, pero ayudaría mucho que La Paz tenga un puerto de barcazas en buenas condiciones. 
–¿Llegar a Diamante o La Paz en tren y de ahí sacar la producción en barcazas? 
– Claro. Ahora, como el atraso tiene décadas, hay lugares donde los particulares han levantado tramos importantes de vías. O, por falta de mantenimiento, hay sectores que no están aptos para ser utilizados. En este contexto, no sé, francamente, si llegar en tren a Diamante o La Paz es una posibilidad o una quimera. 
El puerto de Ibicuy tiene un enorme potencial pero, además de asegurar el acceso por tierra, habría que dotarlo de una infraestructura ciertamente importante. De todos modos, para los que estamos del centro de la provincia para la costa del Paraná queda lejos. Se saturaran o no los puertos en torno a Rosario, tendríamos que pensar en alternativas que, para nosotros, debiera ser Diamante o La Paz y, en la otra costa, Ibicuy. 
Por fuera de estos detalles, lo importante es que nos fijemos objetivos de largo plazo al que vayamos acercándonos progresivamente, que es como ha hecho y hace Brasil. Para mí, debemos esforzarnos por seguir siendo el granero del mundo; no renunciar a eso que supimos conseguir, pero agregándole ahora valor a la materia prima para seguir proveyéndole al mundo alimentos de calidad. 
–¿Brasil es una referencia sólo en materia industrial o también para la actividad cooperativa? 
–Allá el sector cooperativo tiene incluso su propia representación legislativa. No es que con eso sólo alcance, pero es una señal. Brasil nos ha superado en muchos terrenos porque ha sabido acordar medianamente y sostener políticas de mediano y largo plazo. Esta es una deficiencia nuestra, de los argentinos, con independencia de los partidos: nos cuesta ver más allá de la coyuntura. 
Saber negociar 
-¿Han logrado aggiornarse las cooperativas desde el punto de vista administrativo y comercial? 
– Siempre todo es perfectible, pero consideramos que las cooperativas están bien desde el punto de vista administrativo y comercial. Eso se ha logrado a partir de una capacitación sostenida de los gerentes y de los funcionarios, ya sea por iniciativa de Fedeco o de la Asociación de Cooperativas. Creo que, en general, hay un buen nivel. Sentimos que nos falta una mejor capacitación en el nivel gremial, porque todos estamos hechos a pulmón. 
-¿Se refiere a la historia del cooperativismo y las características de este tipo de expresión asociativa? 
-Lo que quiero decir es que salimos a defender los intereses de los pares por iniciativa propia, porque nos gusta, porque lo sentimos. Pero nos falta manejar herramientas básicas como la de la negociación, porque es un arte o un oficio o una habilidad saber cómo hay que plantear cosas ante los funcionarios o ante los legisladores. Todo dirigente en algún momento tiene que hacer uso de la palabra y nosotros no tenemos formación en oratoria: tenemos fundamentos, información, pero a veces no logramos convencer tal vez porque nos estén faltando elementos para armar con eficacia una intervención o una exposición. Somos lectores porque somos inquietos, pero seguramente todo se apuntalaría mejor con una capacitación más específica. 
-Pareciera que el problema es más dirigencial que gerencial entonces. 
-Así es. Eso siento. 

Lo que viene 
Cuando se le preguntó qué pasa con las nuevas generaciones, si tiene futuro el cooperativismo, Edelmiro Oertlin reconoció que “ese es un problema serio”. Luego de dudar sobre si “es generacional o de época”, compartió que “hay una dificultad para transmitir la herencia cooperativa”. El dirigente dijo ver “que hay un marcado desinterés, en general, entre los jóvenes”, antes de reparar en que “algunos tienen mucha fuerza y van al frente, están siempre dispuestos a poner el hombro, pero no es la norma”. Fue entonces cuando señaló que “tampoco sé si sólo es un fenómeno que se desarrolla dentro del mundo cooperativo; más bien tiendo a pensar que es una realidad en las distintas áreas de la sociedad”. 
En ese sentido, al reconocer que cuesta “enormemente” involucrarlos, comentó que “por ahí se entusiasman y llegan a integrarse a los consejos con alguna rapidez porque capacidad y empuje no les falta y eso es un valor enorme; pero cuesta perseverar”. 
Reflexivo, se animó a conjeturar que “hay una falsa creencia extendida según la cual al que le va a ir mal es al otro, no a mí; y entonces preferimos la salida individual”. En esa sintonía, consideró que “las cosas se piensan en términos de lo inmediato: se ha perdido la capacidad de ver más allá del hoy, de trazar proyecciones, porque cuando las cosas se miran en perspectiva se advierte claramente que el mejor camino es intentarlo en grupo, organizadamente”. 
Ante un interrogante puntual, opinó que “ese individualismo, que es cultural y que por lo tanto no será transformado en un valor positivo de la noche a la mañana, se retroalimenta de la violencia que florece permanentemente en las relaciones interpersonales y en las sociales también”. Para Oertlin es tan claro que “se palpa en la calle, en los medios de comunicación, en los lugares de trabajo, en la política”. 
El entrevistado entendió que el camino de regreso es empezar a entender que “el mundo es más ancho que la isla en la que estoy, que hay que dejar de ser sólo habitante para transformarnos en ciudadano, interesarse y participar”.

Víctor Fleitas vfleitas@eldiario.com.ar 

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